sábado, 16 de abril de 2011

Le diluvió omniversal (oh la lá)

Queda poco para el verano. Queda poco para el invierno, o para la primavera de dentro de treinta y dos años, pero queda aún menos para el estío caluroso, sudado y sonriente. Esta época, la de la sequedad de una garganta de cristales rotos, me recuerda siempre a eso que los científicos llaman hache dos ó. Ola de calor, lluvia de estrellas, cortes de corriente... que ya lo dijo Fela Kuti, Water No Get Enemy.

Está bien claro que nos falta un diluvio, o una inundación, o incluso un tsunami (todo metafórico, figurado y sin intención de ofender a japoneses, indonesios o subnormales). No quiero ponerme en eso de que "todo tiempo pasado fue mejor", pero está bastante clara la gloria perdida desde ese diluvio bíblico, con vacas flotando, gritos en el cielo y el rollito de los animales de dos en dos; a esta llovizna caústica de noticias enranciadas y telediarios cutres. A estos tiempos sin verde esperanza, sin lucha, sin puño, sin grito; les falta un tsunami. A los trajeados de los periódicos, a la corruptela política y a la social, a la enseñanza sin aprendizaje y aprendizaje sin educación; les falta un tsunami. A los del sofá y los de la cama, al cafelito, a la caja tonta y al "qué se le va a hacer"; les falta un tsunami. Nos estamos poniendo mohosos, y nos falta un tsunami.

Y mientras tanto, como Úrsula Iguarán y Noé, casi siete mil millones de almas y yo, sin voz pero con suspiro, seguimos esperando a que escampe.